Bach cita, a la envidia, como una emoción que Holly sana. (“Para
aquellos que, en ciertas ocasiones, se sienten asaltados por emociones
conflictivas, tales como celos, envidia, venganza, sospechas, etc…). La
envidia nos lleva a actitudes equivocadas. Si, arrastrados por este
sentimiento, en lugar de desear lo mejor para el otro deseamos lo peor,
llenamos de amargura nuestra vida. Es cierto que la envidia funciona
como la última defensa contra la desesperanza (en el sentido de
que aún queda la posibilidad de ser como tú, tener lo que tú tienes o
hacer lo que tú haces) y se comprende que una persona que ha perdido el
norte de su vida, se aferre a esta emoción, pero tal salvavidas es una
ilusión. La envidia a quien primero destruye a es al que envidia. Hay
que saber perdonar nuestras oscuridades y aceptar que forman parte de la
naturaleza humana, que poseen un sentido, aún con toda su carga
destructiva. La envidia es un veneno que agria y atormenta la
existencia, una hierba que brota del miedo y crece al sentir la
indiferencia del otro a quien se envidia. Tal vez, la raíz de la envidia
radique en ver gozar a otro lo que deseamos nosotros gozar y, en todo
caso, muestra un sentimiento interior de inferioridad que domina el alma
de quien envidia. Sin embargo, posee un lado positivo. Esa misma
energía voraz es la fuerza que conduce al aprendizaje. Si, en lugar de
esperar que te vaya mal, modelo como tú haces las cosas bien, el
resultado de esta transformación es que me enriquezco. Vale la pena
intentar esta alquimia en lugar de reprimir o dejarse tragar por este
afecto, tan dolorosamente humano. Rumi, señala que la envidia, “Es la no
aceptación de la bienaventuranza en el otro. Si la aceptamos, se torna
en inspiración. “
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