Pine, en los textos de Bach, alude a concebir la responsabilidad 
personal, sobre lo que sucede, no desde el amor y el perdón, sino desde 
lo que deberíamos haber hecho. Y, que tal visión conlleva apesadumbrarse
 por un sentido de obligación y servicio que se transforma en culpa y 
condena. De modo que, Pine, nos nutre de una especial enseñanza: tomar 
conciencia que, la culpa, elude la responsabilidad y que, la 
responsabilidad, es la capacidad para establecer
 una relación reveladora y elocuente en nuestra existencia. Un valor que
 nos habilita a estar presentes, de un modo libre, en nuestras vidas sin
 quedar atados a condicionamientos y pautas de lo que correspondería 
actuar, pensar o decir. Esto implica, y este es un punto crucial de 
Pine, soltar la apetencia por querer controlar, tutelar y manejar 
nuestra vida. 
Pine, quita la creencia de que somos deudores y, por lo tanto culpables y nos libera del recurso protector, pero regresivo, de encontrar refugio en la condena. Porque, aunque cueste creer, la culpa, también, funciona como un infantil sistema de amparo. ¿De qué nos escuda y resguarda? Del sentirnos nulos e impotentes frente a un escenario doliente. Nos protege del dolor de las heridas del alma
En nuestra vida actual cualquier fracaso -ilusiones que se frustran, planes que se estancan, relaciones que se quiebran, afectos que se ven traicionados- funciona como leña que alimenta el fuego de la culpa. Solo con recorrer un circunscripto tramo de nuestra historia, vamos a poder encontrar un vasto inventario de injurias de las cuales somos responsables. O acaso, ¿Alguien es capaz de decir nunca he traicionado a nadie? ¿Rechazado, de mala manera, a una persona que se acercaba a pedir ayuda? ¿Tratado injustamente a miembros de la familia o amigos? ¿Hablado mal de gente cercana? ¿Tenido comportamientos envidiosos, vengativos o crueles? ¿Reído de la desgracia ajena? ¿Haberse quedado con libros que le prestaron? ¿Faltado a una cita sin explicación y aviso?
Pine, quita la creencia de que somos deudores y, por lo tanto culpables y nos libera del recurso protector, pero regresivo, de encontrar refugio en la condena. Porque, aunque cueste creer, la culpa, también, funciona como un infantil sistema de amparo. ¿De qué nos escuda y resguarda? Del sentirnos nulos e impotentes frente a un escenario doliente. Nos protege del dolor de las heridas del alma
En nuestra vida actual cualquier fracaso -ilusiones que se frustran, planes que se estancan, relaciones que se quiebran, afectos que se ven traicionados- funciona como leña que alimenta el fuego de la culpa. Solo con recorrer un circunscripto tramo de nuestra historia, vamos a poder encontrar un vasto inventario de injurias de las cuales somos responsables. O acaso, ¿Alguien es capaz de decir nunca he traicionado a nadie? ¿Rechazado, de mala manera, a una persona que se acercaba a pedir ayuda? ¿Tratado injustamente a miembros de la familia o amigos? ¿Hablado mal de gente cercana? ¿Tenido comportamientos envidiosos, vengativos o crueles? ¿Reído de la desgracia ajena? ¿Haberse quedado con libros que le prestaron? ¿Faltado a una cita sin explicación y aviso?

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