Para el Psicoanálisis, la culpa, deriva del temor a la autoridad paterna
que, con el tiempo, pasa a convertirse en una función interiorizada
como una estructura, que Freud llamó Super-Yo. En cierto sentido, Freud
reemplaza el pecado original por el Complejo de Edipo, en donde, el
deseo y su prohibición chocan entre sí y, dan lugar, a la construcción
de la culpabilidad como un descargo y excusa, por lo que se ha deseado,
es condenable y merece castigo. Vista de
este modo, la culpa, es casi un pedido disculpa y perdón que, sin
embargo, no encuentra redención y que, por el contrario, muchas veces se
hace síntoma. De tal manera, el cuerpo “paga” la deuda de la culpa no
aceptada y no expresada y, por lo tanto, no cancelada. Por esa vía el
afecto se hace afección. Joan B. Torelló, un lúcido sacerdote catalán
autor, entre otros, de un bello libro “Psicología y Espiritualidad”,
comenta lo siguiente: “Si esta “deuda” o “culpa” no es reconocida,
nacen, entonces, profundos sentimientos de culpabilidad, de los que, en
realidad, no debiera el interesado ser “liberado”, sino más bien
descubrir su naturaleza y asumir la responsabilidad. Hay que entrar en
la noche oscura de la criatura, como místicos y santos supieron hacerlo.
Hay que aprender a cargar con la propia culpa, sin desfigurarla ni
atribuirle otro contenido. Este es el objetivo de toda verdadera
psicoterapia que se proponga la apertura del ser al mundo, al prójimo, a
los valores.” Sin embargo, a pesar de lo que señala Torelló, creo que
es sabio vivir sin culpa. Y, esto, es lo que enseña Pine.
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