lunes, 8 de junio de 2020

"La depresión es más que algo químico" por Luis Hornstein

“Clarín publicó una nota en la cual se privilegia el factor genético en las depresiones. Es una investigación auspiciada y respaldada por Pfizer. Insisto en que el tratamiento de las depresiones no debe estar orientado por la industria farmacéutica. Las depresiones son la cara oscura de la intimidad contemporánea. Dice la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.): “Se espera que los trastornos depresivos, en la actualidad responsables de la cuarta causa de muerte y discapacidad a escala mundial, ocupen el segundo lugar, después de las cardiopatías, en 2020”. Las depresiones se ubicarán, como causa de discapacidad, por delante de los accidentes de tránsito, las enfermedades vasculares cerebrales, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, las infecciones de las vías respiratorias, la tuberculosis y el HIV.
La depresión –como el talento o la criminalidad- es más que algo químico. Tiene múltiples causas Hay, sí, un desequilibrio neuroquímico. Pero también deben considerarse la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos, la enfermedad corporal y las condiciones histórico-sociales. El misterio del bienestar psíquico no se reduce a la bioquímica. La vida tiene la estructura de una promesa, no de un programa. Mientras el porvenir muestre el rostro de lo imprevisible y de lo desconocido, esta promesa tendrá un precio. Es propio de la libertad llevar la existencia a un lugar distinto al esperado, desbaratar los códigos biológicos y sociológicos. La excitación y la incertidumbre de lo que nos espera, son superiores a la regularidad de un placer grabado en nuestras células (Hornstein, 2011).
Cuando uno oye hablar de neurociencias, parecen omnipotentes. Cuando uno las conoce siquiera un poco, comprueba que no lo son. Ni las psicoterapias son el pasado ni las neurociencias el futuro. Caso por caso. Qué psicoterapia. Qué neurociencia. Las neurociencias y las ciencias sociales cuestionan al psicoanálisis. No nos victimicemos. El psicoanálisis ¿no nació cuestionándolo todo? Por momentos se encierra y deviene un sistema creencial que rechaza la crítica, interna y externa. Un psicoanálisis pusilánime. Por suerte, en muchos momentos se atreve a estar vivo. No sólo responde a los cuestionamientos sino que los agradece, porque lo ayudan a pensar. Y recobrando la antigua gallardía cuestiona a su vez.
Si investigamos la causalidad psíquica, vemos la intervención de la causalidad biológica y de la cultural. Todavía no hemos marcado bien las articulaciones, pero sí que la causalidad psíquica no ha perimido. Que no puede ser reemplazada. Nadie ha podido postular ninguna inferencia lineal entre lo que se sabe del cerebro y la subjetividad. Hay fronteras. Para el psicoanálisis y para las neurociencias. Es un campo a explorar. Estamos obligados a pensar el psicoanálisis, con la física, la biología, las neurociencias, las ciencias sociales, la epistemología de hoy.
La degradación de los valores colectivos repercute sobre los valores personales. El “valetodo” ético no puede sino hacer tambalear la autoestima, la identidad y los estados de ánimo. En este escenario, los laboratorios ofrecen al sufriente soluciones mágicas. Los psicofarmacos –imprescindibles en determinados casos- se convierten así, lucro mediante, en artificiales píldoras de la felicidad. Por eso se habla de “toxicómanos legales”.
Los deprimidos tienen una visión pesimista de sí mismos y del mundo, un sentimiento de impotencia y de fracaso. Sus días son una cansada sucesión de rutinas y pesares, sin los pequeños estallidos de alegría de la persona común y casi sin motivos de deleite (intelectuales, estéticos, alimentarios o sexuales). Como si la existencia careciera de color, de sabor y de sentido. Bueno, no todos los deprimidos son “mortecinos”. Algunos –sobre todo los varones- ocultan el vacío interior con el ruido de la violencia, el consumo de drogas o la adicción al trabajo.
Disminución de energía e interés. Sentimientos de culpa. Dificultades de concentración. Pérdida de apetito. Pensamientos de suicidio. Están agobiados en busca de estímulo. Están ansiosos en busca de calma. Están insomnes en busca de sueño. “No tengo futuro”. “No tengo fuerzas”. “No valgo nada”.
El escándalo de los antidepresivos fue tapa de Newsweek el 8 de febrero de 2010. El título, bien visible, gritaba “Novedades depresivas acerca de los antidepresivos”. Y el subtítulo revolvía en la llaga: “Los estudios sugieren que estas populares drogas no son mucho mas efectivas que el placebo y que en algunos casos sus efectos pueden ser más perjudiciales”.
El artículo se hacía cargo de un megaestudio publicado el 6 de enero en el J.A.M.A. (The Journal of de American Medical Association, vol 3 Nº 1) que concluye que si bien el 75% de los pacientes con depresión se benefician con la medicación hay poca evidencia que los antidepresivos tengan efectos farmacológicos específicos comparados con los placebos para pacientes con depresión leve y moderada. La publicación se basó en múltiples estudios realizados entre 1980 y marzo del 2009. En promedio, los placebos resultaron en un setenta y cinco por ciento tan eficaces como los medicamentos.
Depresiones leves, moderadas y severas. La Escala de Depresión de Hamilton mide la severidad de la depresión. De esa escala (o de otra) dependerá en el futuro la indicación de medicación. La depresión puede ser leve, moderada o grave. En el primer caso, la persona siente que es incapaz de hacer frente a la mayor parte de sus actividades cotidianas. En el segundo, a esa sensación se le suman dificultades para mantener esas actividades, para concentrarse, para tomar decisiones. Los errores laborales se hacen más frecuentes y eso daña aún más la autoestima. Finalmente el grado grave del trastorno perturba casi por completo el día a día de la persona. Darse un baño o ir al trabajo se convierten en una tortura. No sólo las ideas de suicidio, sino también las tentativas, aparecen con más frecuencia. Sin embargo, no fue un diario sensacionalista. No fueron psicólogos despechados con la psiquiatría. Fueron los médicos agrupados en la American Medical Association, señores de muy buen pasar, pero que no suelen recibir dinero ni pasajes de las empresas farmacéuticas. Esos médicos, que suelen mirar con recelo a las psicoterapias, elaboraron este enjundioso estudio y lo publicaron en su prestigiosa revista (el J.A.M.A.).
Repasemos las conclusiones del megaestudio: hay poca evidencia que los antidepresivos tengan efectos farmacológicos específicos comparados con los placebos para pacientes con depresión leve y moderada. Por lo que en depresiones leves y moderadas las diferencias clínicas entre antidepresivos y placebos “son mínimas o no existentes”; por el contrario, en depresiones severas los beneficios de la medicación antidepresiva tenían significativas diferencias con los placebos.
Hace 20 años que se recetan antidepresivos. Hace años que los biologicistas desprestigian como charlataneria la psicoterapia y ahora estos clínicos han descubierto la importancia del diálogo y de la relación médico-paciente y han puesto en su sitio los antidepresivos.
La posibilidad de que la efectividad de los antidepresivos se base en que conjugan creencias, expectativas y esperanzas (factores no despreciables, desde ya) en cualquier medicación, interrogan acerca de la bioquímica de la depresión y replantean la relación entre biología e historia en la génesis del sufrimiento depresivo.
El informe despertó alarma en la industria farmacéutica. En el 2008 en EE.UU. los antidepresivos facturaron nueve mil seiscientos millones de dólares (y se calcula que 20 mil millones en el mundo). Los antidepresivos en E.E.U.U incrementaron su consumo desde 1993 de trece millones y medio de personas a veintisiete millones en el 2005. Y representan actualmente el 15% de todas las prescripciones de E.E.U.U.
Por más de dos décadas, la industria farmacéutica fue la más lucrativa en los Estados Unidos. En el año 2003, por primera vez, fue desplazada del primer lugar y se ubicó detrás de la minería, la producción de petróleo y la banca comercial.
Se estima que hoy el 10% de la población norteamericana toma antidepresivos, el doble que hace diez años. Más de la mitad lo hace por malestares diversos. Muchos lo hacen para enfrentar las vicisitudes cotidianas y evitar las lógicas oscilaciones de la autoestima.
El paciente contemporáneo deambula de consultorio en consultorio. Homeopatía, acupuntura, hipnosis y alopatía. Está informado, es crítico pero también un escéptico que no cree en ningún tratamiento. Duda que solo se apacigua cuando se siente escuchado. Hay psicólogos, terapeutas, médicos y psiquiatras que dialogan, que se bajan del pedestal. Ese diálogo es la oportunidad de hablar de su sufrimiento, de integrar sus síntomas y dolencias en una historia personal. Dos personas, conscientes de sus límites y en un contexto de respeto mutuo, intentan encontrar juntas la mejor cura posible.”


 Fuente: 

(NOTA: Desde el abordaje Floral es mucho lo que se puede hacer para tratar los estados depresivos. Ver: Acompañar al paciente depresivo con Flores de Bach)



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