domingo, 30 de junio de 2019

Las flores de la frontera por Ricardo Orozco


Si clasificamos las esencias florales de Bach en el orden en el que fueron descubiertas, tenemos 3 grupos.
1º: Los 12 Curadores
2º: Los 7 ayudantes
3º: Los Últimos 19

El primer grupo está relacionado, al menos al principio de la obra de Bach, con 12 tipologías natales que conllevan un defecto a resolver y una lección a aprender, vinculada con la corrección del mencionado defecto. Una tarea del alma en “este día de escuela” terrenal llamado vida. El alma, al encarnar, se viste de carne y mente para adquirir un aprendizaje.
El segundo grupo, siempre desde los textos iniciales del Dr. Bach, está relacionado con reconducir la personalidad primitiva al camino trazado por el alma, el cual coincide con las doce personalidades anteriores.
Por último, el tercer grupo, al que Bach denomina como de flores más espiritualizadas, parece destinado a ayudarnos a transitar las dificultades, a menudo dramáticas, que nos pueden alejar del camino.
Con el paso del tiempo, y sobre todo a raíz de los misteriosos esquemas de Bach, el del “espejo” y el “circular”, se generarán interesantes teorías que, de alguna manera, proponen una estructura jerarquizada, tanto evolutiva como de tratamiento cotidiano.
Más allá de estas consideraciones, no dejan de asombrarme las primeras y últimas flores de cada grupo, las flores del límite, de una hipotética frontera, que se convierten en el interruptor de inicio y final de tres grupos bien diferenciados. Y esto tiene para mí un gran significado, porque cada flor de inicio es el motor que impulsa una tanda floral, y la última se convierte en un final, que lleva al propio Bach a creer que su sistema está terminado. No acierta cuando concluye los dos primeros grupos, pero sí cuando finaliza el tercero.
Si miramos atentamente el primer grupo, vemos que se inicia con Impatiens (1928 y 1930) y termina en Rock Rose (1932). Más allá de que se trate de dos tipologías, las esencias tienen un rango de actuación muy amplio en todos los seres vivientes. Se trata de dos flores que trabajan sobre funciones instintivas, de supervivencia, conectadas con circuitos de alarma (aceleración y pánico), por lo que quedarán incorporadas en lo que hoy conocemos como Rescue Remedy. Y es que esa alma inmortal encarnada en un cuerpo necesita que el frágil vestido perecedero en el que habita sobreviva a numerosos peligros y asechanzas.
Cuando el Dr. Bach prepara Rock Rose, al que inicialmente llama Rescue, cree que el sistema está completo y publica Los 12 Curadores (1932). De hecho, pasan entre 9 y 10 meses de intenso y fecundo trabajo con solo estas doce esencias, hasta la aparición del primer ayudante: Gorse (1933). Si pensamos en él nos encontramos con que, aunque uno sobreviva físicamente, puede claudicar ante las dificultades de la vida, tirar la toalla y darse por vencido, navegar a la deriva renunciando a toda participación y dejando que sea cualquier otro, acaso el azar, quien gobierne la nave.
Y precisamente puede que se trate de haber perdido el rumbo, el camino trazado por el alma, lo que nos lleva a la necesidad de una guía intuitiva. Es preciso recuperar la hoja de ruta trazada por el alma. Porque la vida tiene un sentido preciso, aunque ahora no lo entendamos y estemos a menudo tan perdidos. Por eso Bach prepara en 1934 Wild Oat, la brújula inteligente para recuperar el rumbo perdido.
Y será con esta última esencia con la que Bach dé por finalizada la búsqueda de las esencias, aunque todavía no sabe que le esperan otras 19. Se retira a la casa de Sotwell, donde espera descansar y velar para que su trabajo se consolide y difunda.
Pero las tareas del alma implican en ocasiones terribles pruebas. Y por ello no me sorprende que, en 1935, el propio Bach sufra un terrible dolor de sinusitis que lo catapulta a preparar Cherry Plum, la esencia destinada a recuperar la calma cuando uno cree que va a volverse loco. Así empezaría el dramático ciclo del tercer grupo. Recordemos que en estas últimas esencias Bach experimenta en carne propia, y de una forma maximizada, los estados que le van a llevar a encontrar la esencia precisa que ayuda a sobrellevarlos. Nora Weeks es clara en este sentido.
Se trata así de una durísima prueba de seis meses que termina en la apoteosis, o mejor dicho el apocalipsis, de Sweet Chestnut. Y esta esencia de angustia existencial, de oscura noche del alma, explica la muerte simbólica del ego y el nacimiento de una nueva personalidad, ahora definitivamente orientada al dictado del alma. Por eso es lógico que sea Sweet Chestnut la última flor del sistema… esta vez definitivamente. Y creo que Bach es consciente de ello, puesto que sobrevive catorce meses a su última creación, trece de ellos operativo, trabajando y dictando conferencias pese a su siempre frágil salud. Podría haber preparado en esos últimos trece meses 30 esencias más, si pensamos que el método de cocimiento es más corto que el de solarización, y dado que en solo 6 meses de 1935 había obtenido 19 nuevas flores. Pero no, él se da cuenta de que Sweet Chestnut es la flor definitiva, el verdadero final de la creación y el nacimiento de un sistema completo, tal como hoy lo conocemos.

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