Si clasificamos las esencias florales de Bach en el orden en
el que fueron descubiertas, tenemos 3 grupos.
1º: Los 12 Curadores
2º: Los 7 ayudantes
3º: Los Últimos 19
El primer grupo está relacionado, al menos al principio de
la obra de Bach, con 12 tipologías natales que conllevan un defecto a resolver
y una lección a aprender, vinculada con la corrección del mencionado defecto.
Una tarea del alma en “este día de escuela” terrenal llamado vida. El alma, al
encarnar, se viste de carne y mente para adquirir un aprendizaje.
El segundo grupo, siempre desde los textos iniciales del Dr.
Bach, está relacionado con reconducir la personalidad primitiva al camino
trazado por el alma, el cual coincide con las doce personalidades anteriores.
Por último, el tercer grupo, al que Bach denomina como de
flores más espiritualizadas, parece destinado a ayudarnos a transitar las
dificultades, a menudo dramáticas, que nos pueden alejar del camino.
Con el paso del tiempo, y sobre todo a raíz de los
misteriosos esquemas de Bach, el del “espejo” y el “circular”, se generarán
interesantes teorías que, de alguna manera, proponen una estructura
jerarquizada, tanto evolutiva como de tratamiento cotidiano.
Más allá de estas consideraciones, no dejan de asombrarme
las primeras y últimas flores de cada grupo, las flores del límite, de una
hipotética frontera, que se convierten en el interruptor de inicio y final de
tres grupos bien diferenciados. Y esto tiene para mí un gran significado,
porque cada flor de inicio es el motor que impulsa una tanda floral, y la
última se convierte en un final, que lleva al propio Bach a creer que su
sistema está terminado. No acierta cuando concluye los dos primeros grupos,
pero sí cuando finaliza el tercero.
Si miramos atentamente el primer grupo, vemos que se inicia
con Impatiens (1928 y 1930) y termina en Rock Rose (1932). Más allá de que se
trate de dos tipologías, las esencias tienen un rango de actuación muy amplio
en todos los seres vivientes. Se trata de dos flores que trabajan sobre
funciones instintivas, de supervivencia, conectadas con circuitos de alarma
(aceleración y pánico), por lo que quedarán incorporadas en lo que hoy
conocemos como Rescue Remedy. Y es que esa alma inmortal encarnada en un cuerpo
necesita que el frágil vestido perecedero en el que habita sobreviva a
numerosos peligros y asechanzas.
Cuando el Dr. Bach prepara Rock Rose, al que inicialmente
llama Rescue, cree que el sistema está completo y publica Los 12 Curadores (1932).
De hecho, pasan entre 9 y 10 meses de intenso y fecundo trabajo con solo estas
doce esencias, hasta la aparición del primer ayudante: Gorse (1933). Si
pensamos en él nos encontramos con que, aunque uno sobreviva físicamente, puede
claudicar ante las dificultades de la vida, tirar la toalla y darse por
vencido, navegar a la deriva renunciando a toda participación y dejando que sea
cualquier otro, acaso el azar, quien gobierne la nave.
Y precisamente puede que se trate de haber perdido el rumbo,
el camino trazado por el alma, lo que nos lleva a la necesidad de una guía
intuitiva. Es preciso recuperar la hoja de ruta trazada por el alma. Porque la
vida tiene un sentido preciso, aunque ahora no lo entendamos y estemos a menudo
tan perdidos. Por eso Bach prepara en 1934 Wild Oat, la brújula inteligente
para recuperar el rumbo perdido.
Y será con esta última esencia con la que Bach dé por
finalizada la búsqueda de las esencias, aunque todavía no sabe que le esperan
otras 19. Se retira a la casa de Sotwell, donde espera descansar y velar para
que su trabajo se consolide y difunda.
Pero las tareas del alma implican en ocasiones terribles
pruebas. Y por ello no me sorprende que, en 1935, el propio Bach sufra un
terrible dolor de sinusitis que lo catapulta a preparar Cherry Plum, la esencia
destinada a recuperar la calma cuando uno cree que va a volverse loco. Así
empezaría el dramático ciclo del tercer grupo. Recordemos que en estas últimas
esencias Bach experimenta en carne propia, y de una forma maximizada, los
estados que le van a llevar a encontrar la esencia precisa que ayuda a
sobrellevarlos. Nora Weeks es clara en este sentido.
Se trata así de una durísima prueba de seis meses que
termina en la apoteosis, o mejor dicho el apocalipsis, de Sweet Chestnut. Y
esta esencia de angustia existencial, de oscura noche del alma, explica la
muerte simbólica del ego y el nacimiento de una nueva personalidad, ahora
definitivamente orientada al dictado del alma. Por eso es lógico que sea Sweet
Chestnut la última flor del sistema… esta vez definitivamente. Y creo que Bach
es consciente de ello, puesto que sobrevive catorce meses a su última creación,
trece de ellos operativo, trabajando y dictando conferencias pese a su siempre
frágil salud. Podría haber preparado en esos últimos trece meses 30 esencias
más, si pensamos que el método de cocimiento es más corto que el de
solarización, y dado que en solo 6 meses de 1935 había obtenido 19 nuevas
flores. Pero no, él se da cuenta de que Sweet Chestnut es la flor definitiva,
el verdadero final de la creación y el nacimiento de un sistema completo, tal
como hoy lo conocemos.