viernes, 8 de mayo de 2020

Hablemos sobre ANGUSTIA

Dice el profesor Grecco:

"Muchas personas, menos de lo que uno quisiera, tienen la clara conciencia de aquello que enseña Zygmunt Bauman en torno de que nos toca vivir en un tiempo que se filtra entre las manos, una época líquida en donde nada persiste, todo resbala. La permanencia y la eternidad están en discusión. Y esto implica que no existe algo lo bastante vigoroso para que consiga perseverar o, dicho de otra manera, lo transitorio se afinca en la sociedad como un modo de ser.

La angustia, en lugar de ser una fuerza impulsora de la realización, una expresión de la libertad personal, se transforma en malestar diluida en el consumismo, la inmediatez y la dependencia. La angustia no se vive, se actúa y, por ese sendero, se va perdiendo la capacidad de expresarla en su realidad constructiva.

Los seres humanos estamos constituidos de tal modo que las relaciones son nutrientes imprescindibles de la existencia. No es posible vivir sin ellas, pero es inevitable que en ellas se presenten conflictos y ambivalencias, que el dolor vincular esté a la par de la dicha.

[...] Para Chicory todo el universo de la ausencia de contacto real, de presencia física, de carencia de intimidad, de falta de cercanía, es un espacio que está alejado de sus expectativas y deseos, Se vuelve un espacio “maldito”. Como remedio, justamente, ayuda a sanar esta circunstancia."

 En el libro “El concepto de la angustia” Soren Kierkegaard pone sobre la mesa la condición de la existencia humana como paradojal. El motivo de esta circunstancia es que los seres humanos están suspendidos en el laberinto de una encrucijada entre la finitud de su naturaleza terrenal y la infinitud de su espíritu. Bach diría entre la personalidad y el alma. Y, es el hecho del escollo que representa la imposibilidad de zanjar esta singularidad contradictoria, una razón que promueve el brote de la angustia en la conciencia. Planteada esta cuestión en términos del proceso evolutivo se expresaría como: para aprender necesitamos estar plenamente encarnados sin olvidar que somos transeúntes. Y esto explica la importancia de Scleranthus como integrador de las aporías existenciales de la vida y que, en la clínica, veamos como antes de poder converger polaridades antagónicas la vivencia angustiosa se hace presente como signo del trabajo de parto de reunión. 

Kierkegaard, a diferencia de Freud no concibe la angustia como un malestar o una señal de alarma sino como un rasgo esencial de la existencia, del “estar aquí” encarnados en un mundo e insertos en un contexto que no podemos gobernar, lleno de sucesos inesperados. Y tal circunstancia nos conduce a tener que elegir, a decidir por ciertos caminos en lugar de otros, a tener que dejar lado cosas que nos importan, a renunciar a deseos y aspiraciones. Y que toda decisión se toma a partir de las facticidades, límites, temores, creencias, memorias, historia… Es natural, en esa situación, temer equivocarse, que dudemos, que la incertidumbre nos invada. Y no es un tema menor, al cual Bach dedica, por lo menos, cuatro flores de los primeros diecinueve: Scleranthus, Cerato, Gentian, Wild Oat. Pero no queda otra alternativa. Si queremos llevar una vida auténtica nos compete elegir, decidir por nosotros mismos y hacernos responsables de esas determinaciones. Y una vida auténtica no solo implica el acto de libertad de ser fiel a uno mismo y no permitir interferencias sino, también, hacerse garante de la presencia del costo que esto supone: la aparición de la angustia, que tanto Chicory como Agrimony evaden.



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