Tercera parte
El rocío en la alquimia es la
condensación de ese espíritu celeste. La humedad con el frío se condensa
en gotas de agua. Esta transformación, del aire húmedo que impregna una
superficie en gota de agua, ocurre debido a la radiación, especialmente en
noches despejadas donde predomina la radiación infrarroja sobre la radiación
solar (y en términos alquímicos la influencia de la luna y las estrellas). Esta
radiación infrarroja pero también de rayos cósmicos y otras gamas de luz
invisible impregnan la atmósfera de la energía del cosmos, la cual se
materializa fugazmente en el rocío: un
instante que engloba la luz. Quizás por esto, o porque el aire tiene una
carga eléctrica, se dice atinadamente en la alquimia que el rocío porta el
“fuego secreto” y como tal es una esfera perfecta: la conjunción de los
opuestos, el agua y el fuego. La gota de rocío, ya sea de manera literal o
simbólica, es la encarnación prístina del espíritu, primera manifestación
visible de lo que es potencia ilimitada, en un estado en el que aún preserva su
pureza. Reflejando la luz, el rocío es una gota de espíritu, un relámpago
transparente o la superficie del cielo en una hoja: una síntesis microcósmica
del universo.
Tradicionalmente se recogen las gotas de rocío en la primavera,
en noches en las que la luna se mueve de creciente a plenilunio. Esto, para
captar la energía del renacimiento que contiene el rocío en esta época en
reflejo del proceso fertilizante de la naturaleza.
Entre otros de los intereses popularmente atribuidos a los
alquimistas, además de encontrar la piedra filosofal y convertir el plomo en
oro, está lo que se conoce como el elixir
de la vida y también la fuente de la juventud. De alguna manera
burlar la muerte y el proceso de degeneración del cuerpo con un equilibrio de
los elementos, añadiendo mercurio, sal, azufre o buscando el opuesto –coniunctio oppositorum–, si se tiene
poca agua o poco fuego, recurriendo a minerales, plantas o incluso personas que
tienen un excedente de este elemento faltante para lograr la alquimia en el
atanor del cuerpo, solve et coagula.
Más allá de
que la alquimia reconoció con Hipócrates que “es más importante saber qué tipo
de persona tiene una enfermedad que qué tipo de enfermedad tiene una persona”,
existen relatos y aventuras que mencionan la búsqueda de desarrollar una
medicina universal, una panacea o el mismo alkhaest, el licor inmortal.
El rocío –que ya hemos visto es también “el fuego
secreto de la naturaleza”– parece ser un elemento importante, al menos para
algunos alquimistas, para obtener este “espíritu salino” con el cual se pueden
realizar las operaciones maravilosas de la ciencia oculta. En varios
sentidos el rocío recuerda a un líquido divino o a una sustancia que confiere
la divinidad o los atributos de lo celeste. Recoger el rocío –la gota de aire condensado,
una perla de Indra o un glóbulo de icor– en cierta forma podría ser una
técnica más sutil para robar el fuego de los dioses. Quizás una
forma, por sigilosa y hermética, aceptada por los olímpicos que pese a ser
longividentes deciden hacerse de la vista gorda, en esa hora crepuscular donde
la realidad y el sueño se funden.
Una gota de rocío es un orbe de perfección, potencia pura en
su transparecia luminosa. Una perla del universo, pequeño mundo. Una
perla del collar que refleja todas las perlas en cada una.”Para los
alquimistas, el proceso de individuación representado por el opus era una
analogía de la creación del mundo”, escribió Carl Jung.
En cierta forma el rocío representa una forma individual que
recapitula la creación del mundo.
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