Las esencias florales, son portadoras de luz, nos enseña el profesor Grecco.
En el interior del cuerpo humano existe un lazo complejo entre la luz y el oxígeno que se hace más palpable ante la presencia de una manifestación afectiva como la angustia. En la angustia se produce ahogo respiratorio, y la persona sometida a su dominio quiere correr, precipitarse y escapar, gesto razonable y sabio del cuerpo, dado que, el movimiento, proporciona una mayor cuota de oxígeno para que se cuele por el árbol respiratorio, aleje la opresión y fije más claridad en los hematíes.
A diferencia de la ansiedad que ama el tiempo, la angustia es una emoción espacial, una penuria respiratoria, una carestía pulmonar producto del aplastamiento y constricción de esta víscera.
En la angustia, el aire es limitado y, por lo tanto, la luz se hace escasa, lo que conduce a un ver la vida en tinieblas, como si acaeciera un oscurecimiento o una “…fría nube negra les eclipsara y les ocultara la luz y la alegría de vivir.” (Edward Bach) Sucede que, en tanto el espacio sea opresivo, la libertad de la persona esta ceñida y el existir se vuelve una adversidad, cuando no un tormento (Hay que recordar aquí, tal como enseñan los maestros del Pranayama, que cuanto mejor respiramos más libres somos). De modo que, como sitio de cautiverio, la prisión respiratoria suscita una necesidad imperiosa en el interior del Yo de huir sin esperar a ver que sucede. Pero ¿Huir de qué? ¿Hacia dónde? Tal vez del vacío, la soledad, del vértigo de la libertad, de la falta de luz, de la falta de esperanza… del eclipse del soplo de la vida.
Respiramos luz y lo ignoramos. La angustia es una de las formas por las cuales el hombre redescubre la conexión entre la respiración y la conciencia, vinculo sobre el cual el Yoga ha insistido tanto.
Iluminarse es hacer conciencia, ser consciente es ser soberano de sí mismo, poder respirar con libertad y ser feliz.