Texto: María Clara Ruiz
“No sé qué me pasa”…
“No sé qué me pasa”, es una de las expresiones más
sonadas en la actualidad. Y no es de extrañar, tomando en cuenta aquellas
dinámicas que no sólo no estimulan, sino que muchas veces reprimen las
manifestaciones emocionales, plantando así las semillas de la enfermedad y del
sufrimiento.
Ashley Montagú lo expresó de forma muy clara en su
libro “El Contacto Humano”: “La impersonalidad de la vida en nuestro mundo
moderno se ha vuelto tan acusada que hemos producido, en efecto, una nueva raza
de Intocables. Nos hemos vuelto extraños unos para con otros, no sólo evitando
sino defendiéndonos activamente de todas las formas de contacto físico
“innecesario”.
“Innecesario”, entre comillas, es el término que
muchas veces se encuentra en el vocabulario de quienes perciben el contacto
afectivo, corporal y emocional como algo más bien incómodo. Las máquinas
resultan siendo más fáciles de tratar, pues lo que realmente molesta parece ser
la comunicación directa y sentida que, inevitablemente, nos coloca en una
posición de vulnerabilidad, rompiendo esquemas y certezas.
Pero no se trata de que haya buenas o malas
personas, por lo tanto, es totalmente ineficaz juzgar las actitudes y las
conductas de los demás, especialmente cuando no se ha tomado uno el trabajo de
revisar la propia casa por dentro. Se trata más bien de comprender para poder
encontrar vías de solución, porque lo que sí es cierto es que no poder
expresarse emocionalmente causa un gran sufrimiento, y esta debería ser la
motivación para el cambio.
Últimamente se habla de “alexitimia”, término
acuñado por el Psiquiatra Peter Sifneos en la década de los 70. Hay dos
vertientes de este trastorno, siendo el primero de tipo neurológico y, el
segundo, consecuencia de traumas emocionales o desórdenes en el desarrollo
emocional. En general, la alexitimia afecta a una de cada diez personas, según la Sociedad Española
de Neurología (SEN).
Cuando tiene que ver con déficits neurológicos, se
encuentra una disfunción en la comunicación entre el sistema límbico (que se
ocupa de nuestras emociones) y el neocórtex (que se ocupa de nuestra razón), o
entre el hemisferio izquierdo (encargado de la producción del lenguaje) y el
derecho (responsable de regular y ordenar las emociones). Así, además de
factores hereditarios, enfermedades como la esclerosis múltiple o el parkinson,
las secuelas de un ictus o los traumatismos cerebrales, suelen ir acompañados
de alexitimia.
El segundo tipo, relacionado con factores
emocionales, responde generalmente a una inadecuada estimulación con
insuficientes indicaciones verbales sobre las emociones que se experimentan
desde edades tempranas. Esto resulta en una pobre capacidad de identificación
de los sentimientos. Se entenderá, entonces, que niños y niñas a cargo de
adultos anclados en una personalidad frágil, inestabilidad emocional,
depresión, toxicomanía y otras adicciones, tendrán más posibilidades de
desarrollar este trastorno. Pero no hace falta llegar a estos extremos. Basta
ver cómo, en ocasiones, se deja a los niños bajo la custodia del televisor o de
la maquinita, con tal de que no distorsionen las dinámicas adultas de la
productividad o el propio bloqueo afectivo de padres, madres, maestro/as o
cuidadores/as.
Sea de uno o de otro tipo, la alexitimia consiste
en la incapacidad para identificar las propias emociones y, por lo tanto, de
verbalizarlas. Pero no es que no existan tales emociones. Al contrario, al no
poder traducirlas, el organismo busca vías de expresión alternativas y es el
cuerpo el que se lleva la mayor carga, por medio de diversas somatizaciones.
Entonces, las personas alexitímicas no pueden diferenciar lo que son las
emociones de lo que son las sensaciones corporales.
Para hacernos una idea, imagina la siguiente
situación: Ves a un amigo y le preguntas: “¿Cómo estás?”, a lo que él responde:
“No sé”. Y ahí se acaba la conversación. ¿Esa información te da algún dato real
de cómo está esa persona?, ¿estará enfadada, triste, preocupada, asustada,
confundida? No es que no quiera hablar contigo o, de cualquier manera, no hay
nada personal. Es que esa persona, como bien ha dicho, NO SABE lo que siente y,
por lo tanto, no puede expresártelo con palabras. Insistir no sirve de nada.
Ayudarle a buscar ayuda puede ser más eficaz. Para ella será prácticamente imposible experimentar
fantasías y sueños o pensar de forma imaginativa. Su mundo se limita a los
hechos y detalles de la vida cotidiana y suele ser tachada de “fría” o
“distante” por las personas cercanas, tomando en cuenta la postura corporal y
las facciones rígidas, además de la casi nula capacidad para el disfrute. A
esto se suma la dificultad para la empatía lo cual, junto con lo anterior,
afecta decididamente las relaciones interpersonales.
Las que sí son frecuentes son las quejas
psicosomáticas (dolores, irritaciones de la piel y de otros órganos), así como
algunas dificultades para controlar los impulsos (explosiones de ira, atracones
de comida…). El comportamiento rígido así como la sobrecarga de exigencias,
marcan puntos a favor de un diagnóstico hacia la alexitimia. Se ha encontrado
también en personas que han experimentado algún tipo de acoso, lo cual ha
impedido un adecuado desarrollo emocional.
Pero, como sabemos, el bloqueo emocional no es
exclusivo de situaciones límite como los eventos traumáticos. En muchas
ocasiones se deriva de factores educativos y sociales en los que la represión
emocional es la norma, no sólo no estimulando sino rechazando cualquier tipo de
expresión afectiva que desvele la vulnerabilidad del ser. Así, indicaciones
como “tienes que ser fuerte”, “los niños que lloran son débiles”, “no estés
triste que la vida son dos días”, “no expreses tus sentimientos porque se
aprovecharán de ti”, “no te rías tanto que pareces loca”, etc, etc., van
marcando pautas de comportamiento muy distantes de la espontaneidad, creando
atascos psicológicos y somáticos que tarde o temprano, esos sí, no tendrán
problema en aparecer.
Y ¿qué pasa en la relación de pareja cuando uno de
sus miembros sufre de alexitimia? Posiblemente no nos demos cuenta, pero sucede
y está más cerca de lo que pensamos. Una investigación de Alberto Espina
Eizaguirre, psiquiatra de la
Universidad del País Vasco, aporta luces al respecto. Por una
parte, recuerda que en la alexitimia no influyen variables sociodemográficas de
sexo, nivel económico, estudios ni profesión y, por otra, sugiere que la
alexitimia sea una variable a tomar en cuenta para conocer en qué medida los
inconvenientes en la pareja se deben a dificultades que puede tener uno de sus
miembros para conocer y expresar las emociones por lo cual, en los ámbitos
médico y psicológico, serían apropiadas intervenciones encaminadas a tratar la
alexitimia.
Como vemos, mucho se ha avanzado en el estudio del
bloqueo emocional en la actualidad. Pero no hay que desconocer las bases.
Recordemos que es la obra de Wilhelm Reich uno de los pilares para su
comprensión, no sólo a nivel psicológico, sino también psicosomático.
Por esto, dejo para la próxima entrada una reflexión
acerca del bloqueo emocional en relación con los descubrimientos de Reich, así
como algunos aportes sobre el tratamiento psicoterapéutico del bloqueo
emocional, tan frecuente en nuestros tiempos.